miércoles, 29 de agosto de 2012

El metal y su preparación

Ya sea cobre, latón, alpaca, plata u otro metal el que se elija para grabar, la preparación es básicamente la misma: En primer lugar hay que elegir la forma que queremos, cortarla con la segueta o la tijera de latonero y asegurarse de lograr un acabado prolijo, con bordes suavizados, silueta repasada, etc. En tiendas de fornituras es posible encontrar círculos, flores, estrellas, rectángulos y muchas otras figuras ya cortadas, limadas y pulidas que permiten saltarse este paso.


Ejemplos de formas metálicas listas para grabar a la venta en etsy

Comprando estas piezas se ahorra tiempo y esfuerzo, permite mantener uniformidad en las piezas, ensucia menos, hace menos ruido (para los que trabajamos en un apartamento esto es vital), pero es más costoso, menos personal y en ciertos casos le resta encanto al trabajo. En uno u otro caso, es importante tener en cuenta el grosor o calibre que tengan, para poder jugar con la profundidad del grabado y porque es fácil pasarse de tiempo y agujerear la pieza. 0.5 mm es un buen grosor para empezar.

Una vez que se tienen las formas, lo siguiente es prepararlas para recibir la tinta, tanto por el lado del diseño como por detrás. Lo ideal es lograr una superficie sin óxido, desengrasada y lisa pero no completamente pulida. Esto último es para facilitar el agarre de la tinta. Lo primero es lavar con agua y jabón lavaplatos. Luego con una lija de agua muy fina (240 o más) o una esponja scotch-brite, lijar con suavidad y procurando mantener siempre el mismo sentido, hasta lograr que toda la pieza adquiera un tono mate. Tratar en lo posible de no tocar con los dedos la superficie del metal, agarrándolo por los bordes o utilizando guantes de tela limpios. 

Un tip: para las piezas pequeñas utilizo un cubo de manicura, de esos que traen limas muy finas para retocar uñas postizas. Es cómodo, deja un acabado bonito y cumple su propósito. Importante, salvo que sean lavables, lo mejor es reservar una lima para cada tipo de metal.

Los tacos para uñas acrílicas vienen bien para lijar cómodamente la pieza

Finalmente retiramos el polvillo, lo cual puede hacerse con un trapo seco, o con un algodón empapado en alcohol. Esta opción es preferible cuando no se está muy seguro de no haber tocado la superficie con los dedos, pues es un desengrase extra. La pieza ya está lista para ser entintada.




jueves, 23 de agosto de 2012

Tinta para grabado




Para grabar en metal existen montones de opciones, y se consiguen muy bien explicadas en internet. Yo mezclé varias de éstas, en base a los recursos que tenía a mano y lo que logré conseguir en las tiendas de bellas artes de Madrid. La tinta de grabado por lo general es una mezcla a gusto de cada artesano de varios ingredientes (resina, betún de judea, trementina, asfalto, almáciga, colofonia y muchos otros de nombres preciosos), quien a veces juega con éstos y sus proporciones para obtener dos o tres: una gruesa, de secado rápido, para enmascarar; una más suelta para los trazos finos, y una de secado muy lento para añadir detalles y sombras rascándola.

Como mis diseños no requerían mucho de esto y no disponía de espacio y materiales para elaborar mi propia mezcla, hice pruebas con varios productos y al final me quedé con una laca comercial resistente a las sales de grabado, al parecer en vias de extinción: la laca de bombillas. La elegí azul oscuro para tener un buen contraste con el metal y poder encontrar más fácilmente las burbujas y puntos no cubiertos, pero eso también es a gusto.



Los pros: es barata, efectiva y una vez que le encuentras el truco se aplica sin problemas con pluma. Puede usarse tanto para el diseño como para protejer bordes y áreas que no se vayan a grabar, sin tener que disponer de dos tintas diferentes. Se disuelve en alcohol o acetona y es fácil de limpiar una ves grabada la pieza.

Los contras: seca muy rápido y al ser dura no se raya con la facilidad de una tinta untuosa sino que salta en cristalitos, lo cual hace que haya que trabajarla todavía húmeda si se quiere sombrear/iluminar el diseño. No resiste bien los diseños delicados en plata, pues el burbujeo del ácido nítrico la termina levantando.

Por suerte para los que vivimos en Madrid existe Manuel Riesgo, donde se pueden encontrar los productos para preparar tu propia tinta, o directamente la laca de bombillas.





domingo, 19 de agosto de 2012

Los inicios. Más que orfebrería

Nuestra primera caja de herramientas

Pues heme aqui, a mis ventiocho años y luego de toda una vida de jurar que no tendría un blog (no por disgustarme la idea sino por desconfianza en mi voluntad de actualización), escribiendo una segunda entrada, que ya es algo. No tengo mas confianza.. solo aprovecho el impulso. 

Formalmente puede decirse que todo esto empezó con un taller de mes y medio de iniciación a la orfebrería, dictado los sábados en los talleres del Instituto Armando Reverón. Pero lo formal no es del todo lo cierto, pues es más que orfebrería y no es menos que toda mi vida. Recuerdo muchas tardes junto a mi abuela, que me entretenía recortando y armando aviones de cartón, coloreando formas geométricas, haciendo mis primeros puntos de crochet. Ella mientras tanto recortaba artículos interesantes del periódico, pegándolos con goma casera en revistas, que unía en libros, que clasificaba en tomos, que tenían índices preciosos de pulida caligrafía de maestra. Juntas les decorábamos las tapas con restos de papel de regalo de los cumpleaños. Ella también hacía dulces de frutas, decoraba botellas, cosía vestidos para los santos, coleccionaba semillas, enmarcaba láminas de paisajes y juntas probamos mil maneras de cocer las muñequitas de arcilla que un buen día me dio por hacer. Y es que respecto a manualidades, cada vez que yo le decía -abuela, ¿puedo..?- Ella decía que sí, y comenzaba a buscar formas de hacerlo, a revolver su cajón buscando fieltro, piezas de juguetes rotos, un poco de pintura. 

Total, que me viene de mi abuela esta necesidad de ocuparme las manos con algo, y conforme crecía aumentaban mis expectativas.. y tejí cestas con las hojas de la palmera del jardín, y forré montones de cajas de zapatos, e hice un marquito de madera con estantes para un espejo, y quedaron a mi paso hojas a medio deshilachar, cajas sin su mano de barniz,  proyectos nacidos y muertos de aburrimiento en el papel. También cosas más insólitas, como un cubo de vidrios quebrados que obtuve obligando a mi primo a robarse el carro y recorrer la ciudad  un domingo en la mañana, buscando una parada de autobús reventada. La quería para hacer un mosaico sobre una bandeja, que empecé y andará todavía dando vueltas en paquetes de cosas viejas,  arriesgándose a la basura cada vez que mi mamá limpia el lavandero de su casa. 

Abandoné la bandeja cuando me fui a Caracas, y ahí para matar el tedio de la infructuosa búsqueda de empleo, me dediqué a pasar horas mirando a la tía que me acogió en su casa, maravillosa costurera, convertir metros de tela en camisas perfectas y vestidos de sueño. Coser nunca se me dio bien, pero verla me inspiró a tejer faldas enormes de crochet que merecieron su sonrisa y que todavía luzco con orgullo. 

Luciendo una de las faldas en La Estancia

Siguieron los amigurumis, carteras tejidas, las pulseritas de macramé y un buen día, el regalo de un librito de joyería en alambre que me emocionó tanto que derivó en aquel sábado por la mañana, en un taller de Caño Amarillo, donde un profesor jovencísimo y de pintas raras me dijo: -Esto se llama soplete y lo primero es perderle el miedo.. enciéndelo-. 

Formalmente empezó mi vida de orfebre, pero lo formal, aún hoy, no es del todo lo cierto. 

Como siempre, un porqué



Para compartir, para celebrar, para enseñar y para aprender. Pero sobre todo, para recordar. 
Un poco de lo que hago, de lo que intento hacer, de lo que tengo y de lo que quiero. 
Metales, telas, hilos, pequeños tesoros de la basura, grandes caprichos a los que buscarle sentido y personalidad entre mis manos.
Artesanía, quiero creer.